LA
EMOCIÓN DEL DESCUBRIMIENTO
Señoras, señores....
Yo
nací en Luanco, un precioso pueblo asturiano, situado
muy cerca del Cabo de Peñas, donde mi padre tenía una
ferretería. Entonces, las pinturas no venían en latas,
se hacían por encargo de los clientes. Por eso, al fondo
de la tienda, había una habitación (que conocíamos con
el nombre de "el cuarto de la pintura") donde se
alineaban barriles llenos de albayalde, blanco nevín o
blanco de España, y latas con aceite de linaza o
secante, productos que mi padre empleaba para formar la
base de la pintura. El color lo conseguía añadiendo unos
pigmentos de nombres sonoros: verde esmeralda, azul
cobalto, amarillo limón o bermellón...

Y
todo esto viene a cuento porque un día, en el instituto,
mi profesora de Química nos comentó que Lavoisier había
logrado obtener oxígeno calentando un óxido de mercurio
de color rojo. Casi inmediatamente me pregunté si el
óxido de Lavoisier tendría algo que ver con el pigmento
rojo que mi padre utilizaba para teñir las pinturas, así
que me hice con un tubo de ensayo y, con cierto
escepticismo, me dirigí al cuarto de la pintura, tomé un
poco de bermellón, lo introduje en el tubo y calenté.
No
tuve que esperar mucho porque, de repente, en la parte
alta del tubo, empezaron a condensarse unas gotitas
grises y brillantes, semejantes a la plata líquida (hidrargyrum)...
Me sentí como un alquimista que había liberado al
mercurio de su cárcel color bermellón e, inmediatamente,
sentí con emoción la primera dentellada de la Química...
Hasta hoy, que tengo la fortuna de compartir ese momento
con todos ustedes.
Desde
entonces me esfuerzo porque mis alumnos puedan
experimentar esa misma emoción, la emoción del
descubrimiento, que buscamos abandonando el aula para
dar las clases siempre en el laboratorio; dando más
crédito a la experiencia que a los libros de texto;
desarrollando la capacidad para plantearnos preguntas en
lugar de resolver problemas con enunciado. Buscamos esa
emoción que debe de parecerse mucho a la experimentada
por el coronel Aureliano Buendía cuando su padre, una
tarde remota, lo llevó a ver el hielo. Y es que...
también en la emoción está la química, porque, tal y
como nos recordaba Avelino Corma en su discurso de
aceptación del Premio Príncipe de Asturias de este año,
"nuestras emociones y sentimientos más profundos son
el resultado de reacciones químicas".

Muchas gracias, por tanto, una vez más, por este premio
que me gustaría compartir con mis hijas, Julia e Isabel,
y con mi esposa, Mª Jesús que es, además, mi cómplice y
todo; con mis compañeros del Departamento de Física y
Química; con el IES La Magdalena de Avilés y, como no,
con todos mis alumnos y alumnas. Ellos son la verdadera
inspiración de mi trabajo. Sin ellos nada de esto
hubiera sido posible.
Muchísimas gracias.
Luis
Ignacio García González
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